Oskar Schindler, el empresario alemán que salvó la vida de más de mil judíos durante el Holocausto, dijo alguna vez que “una vela no pierde su luz por compartirla con otra”. Al contrario, la extiende y la prolonga.
Es quizá esa cualidad exponencial la que hace que además de elemento emblemático asociado a atmósferas cautivantes y serenas, la vela sea inspiración de buenos momentos y de grandes historias. La crónica de una de las mayores hazañas de éxito en el mundo de los negocios es claro testimonio de ello.
Si bien las impactantes cifras de ventas (más de 80 mil millones de dólares en 2014), la diversificación de su oferta y el ascenso imparable de las operaciones de la conocida firma Procter & Gamble (P&G) son ampliamente conocidas, la asombrosa historia de éste que es el mayor emporio de artículos de consumo no lo es tanto; incluso, parece haber quedado encerrada en el baúl de los recuerdos. Y es que en realidad pocos saben que el primer producto de este gigante que comercializa alrededor de 50 marcas en más de 80 países, fue precisamente una vela.
En 1837, William Procter, un inmigrante inglés iniciado en la fabricación de velas en Cincinnati, Ohio, pues su negocio de maderas en Londres había sido destruido por un incendio, y James Gamble, quien salió de Irlanda tras la hambruna, decidieron asociarse para formar la empresa que llevaría sus apellidos. La idea fue de su suegro en común (estaban casados con las hermanas Olivia y Elizabeth Norris) quien les hizo ver que los productos que ambos producían requerían un mismo insumo: la lejía. Aunque Gamble aportó su experiencia en la fabricación de jabones, las velas de Procter se consolidaron como el principal producto del incipiente negocio. Con los años, la Star Candle (vela estrella) habría de convertirse en un emblema de la compañía.
William y James instalaron su primera tienda en una pequeña bodega, cuya parte trasera se reservó para el área de manufactura. El proceso de fabricación requería un hervidor de madera con fondo de hierro fundido. William Gamble estaba encargado de atender la tienda y cada mañana recorría las calles y acudía a casas, comercios y embarcaciones de vapor en busca de sus materias primas: ceniza y otros materiales útiles que intercambiaba por pastillas de jabón.
Los visionarios empresarios aprovecharon la ubicación para enviar sus productos más allá de Cincinnati, a través del río Ohio y de las redes ferroviarias que los comunicaban con las principales ciudades del este. Para mediados del siglo XIX la compañía había crecido y en la década de los años cincuenta cambió su sede a una fábrica más grande y más cercana a las rutas navieras y patios de almacenaje, además de ocupar un edificio en el centro de la ciudad. El futuro era promisorio. Al final de aquella década, las ventas de Procter & Gamble alcanzaron el millón de dólares y su base de empleados sumaba más de 80 personas; una cifra importante aunque aún muy lejana a los 135 mil trabajadores que la compañía reportó hace apenas un par de años.
Durante la Guerra Civil norteamericana, la empresa consiguió contratos para surtir de velas y jabones al Ejército de la Unión. Además de las cuantiosas ganancias, la operación permitió que los soldados se familiarizaran con los productos de Procter & Gamble y se volvieran leales a la marca.
En la década de 1880, la expansión de la compañía era evidente. Se instalaron plantas en varios puntos de la Unión Americana para poder satisfacer la creciente demanda y se integró el primero de los nuevos productos: Ivory, un jabón que podía flotar en el agua y que le valió a la empresa una nueva racha de crecimiento.
Las famosas y representativas Star Candles dejaron de producirse en 1920 debido a los cambios de estilos de vida propiciados por la incorporación del gas y de la energía eléctrica a la vida doméstica. Muchos vaticinaron erróneamente el final de las velas, pero el tiempo se encargaría de demostrarles que su encanto nunca sería reemplazado por un bulbo, lámpara o artificio moderno alguno.
Para el primer tercio del siglo pasado, Procter & Gamble adquirió Thomas Hedley Co., con sede en Inglaterra, se convirtió en una compañía internacional y comenzó una nueva etapa caracterizada por la diversificación de productos y el establecimiento de distintas áreas de negocio.
Así, con la abrupta e intensa irrupción de nuevas marcas que hoy son muy familiares para millones de consumidores, como Tide, Crest, Charmin, Downy, Pampers, Johnson & Johnson y Max Factor, y la posterior adquisición de Gillete (2005), P&G se convirtió en la mayor compañía de productos de consumo del mundo y, en medio de esta exitosa vorágine, la compañía terminó olvidándose de las velas que alumbraron sus inicios. Pero no sería para siempre pues en el año 2007, luego de casi 90 años de olvido, la empresa creada por William Procter y James Gamble regresó de alguna manera a sus orígenes y evocó su artículo estrella original. Lo hizo sentando un nuevo precedente, con la incorporación de Febreze, la primera vela aromática con eliminador de olores. Durante su combustión, la tecnología patentada de la vela elimina los olores desagradables y al mismo tiempo impregna el ambiente con un aroma fresco. Una especie de Star Candle del tercer milenio.
Fue, sin duda, un regreso muy venturoso. Las velas contemporáneas de P&G se integran a un amplio universo de productos. Ciertamente no representan ya la única opción y quizá han dejado de ser imprescindibles para el negocio, pero nada ni nadie les quita su lugar de honor en la historia de una compañía que es referente en el mundo. Después de todo, en la actualidad, cada día, algún producto de P&G es usado por habitantes de todos los continentes 3 mil millones de veces.
Y pensar que todo empezó… con una vela.